Laura Masramonm, el artículo original en catalán está publicado desde marzo de 2017 en La Conca 5.1.
En una tierra fronteriza con los montes Pirineos y el mar Mediterráneo, nacen los vinos del Ampurdán. Como dice la sardana L’Empordà de Enric Morera, con letra del poeta Joan Maragall: «Donde un pastor y una sirena se enamoran y finalmente se encuentran en medio de la llanura ampurdanesa». Un paisaje con marcada personalidad. Viñas con aires de tramontana, un viento que pasa «entre-montañas» para secar las cepas plantadas en las laderas de la sierra de la Albera, cerca del Parque Natural de los Aiguamolls y las terrazas de piedra seca del Cabo de Creus. Toda esta orografía da como resultado una amplia heterogeneidad de terroirs, donde crecen vinos mediterráneos diversos. Tanta variedad también afecta el carácter de las personas que viven en este pequeño país del nordeste de Cataluña, que son personas creativas que se esfuerzan para mostrar su singularidad sin dejar atrás las raíces que crecen bajo tierra y nos unen a todos.
Gente tocada por la tramuntana. Siempre se ha dicho que los ampurdaneses están sonados, que són alocados y excéntricos. Y de vez en cuando, de repente, en medio de tanta belleza y tan remarcada singularidad, sale uno que es un genio, un visionario. Está claro que quien pone etiquetas siempre se va a equivocr, quien generaliza se olvida los detalles y omite las puntualizaciones, y entonces, erra. Pero también es cierto que la fama no se tiene porque si. Yo, que soy gerundense, os puede asegurar que vivir en el Ampurdán puede llegar a ser una auténtica borrachera diaria. Aquí sólo se deprime quien es pobre de espíritu, porque con tanta riqueza natural, con este clima mediterráneo templado, y al lado de gente apasionada y de una tierra aún virgen para cultivar se hace dificil no embriagarse de vida a cada abrir y cerrar de ojos.
Quizá por eso el Festival Vívid, que organiza la Ruta del vi DO Empordà cada año en abril, ha querido poner émfasis en esta riqueza de paisajes, personas y vinos que tiene el Ampurdán, dando valor a las distintas actividades enoturísticas a la vez que a los espacios naturales.
Lugares mágicos para revivir la historia de un paisaje vinícola

Monasterio de Sant Pere de Rodes. Fuente: Wikipedia
Sitios com el Monasterio benedictino de Sant Pere de Roda, situado en un punto estratégico de la sierra de Verdera, desde donde se contempla el mar que rodea el Cabo de Creus, y desde donde se podían ver los barcos pirata antes de que llegaran a la costa, y así poder prevenir a la gent del pueblo. Catar tastar vinos contemporáneos rodeada de tanta historia es una sensación que te transporta y te hace volar la imaginación. Este monesterio, que a dia de hoy se’ a convertido en un punto de interés turístico para senderistas y amantes de la historia patrimonial de Cataluña, en su día fue un lugar de retiro espiritual, donde los monges preservaban el conocimiento y la cultura del vino. Las terrazas de piedra seca que de sus alrededores estaban repletas de variedades de uva que hoy ya no existen, y entre estas paredes se guardaban vinos que ahora ya no podemos degustar ni tampoco saber qué gusto tenían o qué aromas desprendían. Ojalà que las paredes de piedra estuvieran llenas de símbolos, como en las pirámides egípcias, que nos relataran como elaboraban el vino entonces. O que los pasillos subterráneos escondieran diarios manuscritos con la evaluación de las añadas, las notas de cata de los mejores vinos o las facturas de venta para saber a quién le vendían y por cuantas monedas o cabras.
También se puede visitar el Castillo feudal de Requesens, construido con la misma roca granítica que hay en las montañas de la Albera. Cerca, en Cantallops, se encuentran dos bodegas punteras del Ampurdán, Vinyes dels Aspres i Masia Serra, que destacan por su Garnatxa de l’Empordà i otros vinos dulces naturales elaborados también con garnacha blanca y garnacha roja.
El Ampurdán, como a región mediterránea que es, elabora muchos vinos dulces particulares que la diferencían del resto del mundo, y lo hacen utilizando variedades blancas como la garnacha blanca o el moscatel, variedades rojas como la garnacha roja, o hasta incluso variedades negras como la garnacha tinta. Una vez más la realidad es cabezuda. Una tierra heterogénea, con gente creativa, un paisaje de contraste entre mar y montaña.